La venta de alimentos online se estanca en España
6 junio, 2019
Más del 76% de la población española todavía no se acerca al mundo online para hacer sus compras de productos de gran consumo, según el Observatorio para la Evolución del Comercio Electrónico en Alimentación.
La venta de alimentos por Internet continúa sin acabar de arrancar en España, pese a haberse convertido en una apuesta estratégica para la mayoría de las cadenas de supermercados, que están asumiendo fuertes costes para mejorar este servicio, incluso contra su propia rentabilidad. Así se desprende de los datos recogidos por el Observatorio para la Evolución del Comercio Electrónico en Alimentación, un estudio anual -cumple ahora su tercera edición- realizado por la Universidad Complutense y la Autónoma de Madrid para la patronal de supermercados Asedas tras 2.300 entrevistas.
De acuerdo con sus datos, más del 76% de la población española todavía no se acerca al mundo «online» para hacer sus compras de productos de gran consumo -alimentación, bebidas, higiene personal y limpieza- y apenas un 2% utiliza solo este canal, mientras que más de un 20% muestran un comportamiento mixto.
Además del freno que supone para el crecimiento de la venta por Internet que en España la mayor parte de los consumidores prefiera elegir en persona los alimentos frescos -frutas, verduras, pan, carne y pescado-, algo que no ocurre en otros países, cada vez gana más peso el factor precio.
«Los clientes quieren que les quiten los gastos de envío y que les den más promociones para optar por la vía ‘online’, pero ahora mismo las empresas distribuidoras apenas tienen margen o incluso asumen pérdidas con estas ventas a través de la web, por lo que pedirles más es difícil», ha argumentado una de las autoras del estudio, la doctora en Ciencias Económicas María Puelles.
La importancia del precio se presume clave para ampliar la base de consumidores por Internet; de hecho, el perfil de ese 2% que actualmente sí opta por este canal de forma exclusiva presenta un nivel de renta más alto que la media y prioriza la confianza y la comodidad al coste.
En dicho grupo también hay más mujeres que hombres, muchos tienen familia numerosa -por edades, de hecho, el grueso se concentra en las franjas entre 35 y 54 años-, son «fanáticos» de la tecnología y están muy abiertos a la innovación.
«El coste que generas al hacer la compra por Internet es real, ya que hay alguien que prepara el pedido y luego el transporte. Por el momento, solo los que compran exclusivamente a través de la web están dispuestos a asumir sobrecostes o incluso a pagar algo más que ahora si se mejora la sostenibilidad», ha señalado Puelles.
Otro de los autores del informe, el profesor asociado de la Autónoma Gonzalo Moreno, ha resaltado que el comercio electrónico es interesante en categorías como la ropa o la electrónica, con un margen de beneficio relevante y donde la compra no es tan frecuente, mientras que es más difícil crecer en alimentación -es clave el coste- y en segmento lujo -en el que se vende más una experiencia-.
«La alimentación está en la base de la pirámide, los márgenes son bajos (…) En este segmento la compra por la web existirá para los que estén dispuestos a pagar por ese servicio, pero a la gente normal no le cuesta tanto trabajo bajar al supermercado de la esquina», ha defendido.
Coexistencia de los dos canales
En esta misma línea se ha manifestado el director general de Asedas -entidad que agrupa a Mercadona, DIA, IFA, Euromadi y más de una decena de enseñas regionales-, Ignacio García Magarzo, quien ha apostado por que las tiendas físicas no se abandonarán y coexistirán con el mundo «online» en este sector.
«Si hay una diferencia entre lo que se compra por Internet en alimentación respecto a otros sectores donde supone un porcentaje sensiblemente mayor del total de ventas- no se debe a que el consumidor ni el supermercado sean pocos tecnológicos, sino a que existe una gran oferta de proximidad», ha insistido.
En su opinión, el gran reto es garantizar que la vía «online» sea sostenible económica, medioambiental y socialmente, y que España no permita que se creen «desiertos alimentarios» -lugares donde el acceso a una oferta de productos de calidad es más difícil-, como ocurre en algunas zonas de Estados Unidos.